En
ocasiones… confiamos en quien no debemos, no damos oportunidad a quien
más nos conviene y tiramos por tierra ocasiones que valen oro. Me inclino a
pensar que la fachada es culpable de este delito, pues aunque nos empeñamos en
decir a los demás “no juzguen un libro por su portada”, caemos en la hipocresía
de hacerlo. Y en consecuencia acabamos heridos, que es natural y humano y por
ello inevitable, pero de los errores hay que aprender. De lo contrario seremos
humanos, pero también estúpidos.
Y de confianza quiero hablarte. Es invisible, abstracta y sin
embargo marca a las personas. La confianza vale oro, y como ese adorado metal es
difícil de conseguir. Cada paso que das puedes estar un poco más cerca de
obtenerlo o distanciarte kilómetros porque es cuesta mucho conseguirla, pero
resulta muy fácil perderla.
¿Y qué nos lleva a confiar en alguien? en mi caso, que al
conocer a esa persona, comparta unos valores que considero fundamentales:
honestidad, respeto y lealtad. No es recomendable depositar la confianza en
quien no es capaz de decir la verdad por mucho que le perjudique; me repugnan
las personas que actúan o hablan sin respetar la integridad de los demás, ya
que es señal de maldad interior. Y por último leal, fiel, como el tercer libro
de Divergente, tanto a ti mismo como
hacia quienes decides procurar serlo.
Ahora que lo pienso… me falta una cualidad, compromiso.
Seguramente mi error se basa en la tradición de poner tres ejemplos para
explicar algo, pero a lo que voy. El compromiso es reflejo de lo que te importa
alguien. Si fallas una promesa, a tu palabra, pierdes la imagen que
posiblemente te haya costado enseñar. La palabra es muy valiosa, no la usemos a
la ligera.
Por supuesto, como estudiante de Enfermería y espero, futuro
enfermero, “primum non nocere” (no hacer daño al paciente). No hacer daño a una
vida, tratar de ser siempre amable. No sabemos si, cuando tenemos un mal día,
la persona a quien nos dirigimos lo está pasando peor aún.
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