Me llamo Pablo, tengo 18 años y me gustaría contar un pequeño
trozo de mi vida (posiblemente el más interesante) que transcurrió hace apenas
dos años que tiene como personaje principal una chica de la que acabé profunda
e inevitablemente enamorado sucumbiendo así al sufrimiento que me acarrearon
las consecuencias…
Era 20 de septiembre y el curso comenzaba, como cada año
todos estábamos muy nerviosos por saber la profesora que nos tocaría, los
compañeros a conocer y las diferentes materias a cursar. Llegada la hora de
entrar en clase decidí coger el sitio lo más alejado posible de la pizarra,
pero al llegar a él, una chica de talla alta, pelo castaño liso y ojos verdes
me sonrió y me pidió que la dejase el asiento. Yo cordialmente accedí y en
consecuencia me toco el lugar más cercano al escritorio del profesor, lo cual
me abriría una puerta enorme en el futuro.
Ya situados los alumnos, el profesor procedió a realizar todo
lo ligado al 1er día escolar (entrega de agendas, asignar funciones, explicar
las materias…)
Los siguientes días tuve un único objetivo, acostumbrarme a
mis nuevos compañeros que desgraciadamente estaba unido a no encontrarme con
“la chica” y a intentar conseguir popularidad en el instituto. Seguramente
algunos pensaréis que el no querer encontrarme con aquella joven era porque no
conseguía decir una sola palabra en su presencia por lo encandilado que estaba
en ella, acertáis, pero también era debido a que solía tener como acompañante
al más duro de todo el colegio, lo cual no pegaba mucho, pero así es la vida.
Llegó el otoño y conseguí hacer mi primera amistad, se
trataba de un chico bastante inteligente al que, como a mí, le encantaba ir al
cine, las matemáticas y usar videojuegos. De ahí se forjó una gran amistad que
nos libraría a ambos del ridículo absoluto de lo que anteriormente era hacer un
trabajo uno solo, y pasaríamos a ser de lo más popular en la clase. Todo con él
era diversión, cada día hacíamos los deberes juntos y al terminar compartíamos
opiniones sobre los resultados obtenidos, todo era magnífico…
…pero llegó un día, el día que yo más temía en mi juventud,
empecé a sentir que me faltaba algo. No llegaba a comprender que podía ser,
estaba de vacaciones navideñas en un gran momento familiar y disfrutando con mi
mejor amigo del 5 de enero, viendo el paseo de las cabalgatas por la televisión
al mismo tiempo que disfrutábamos de unos dulces trozos de turrón. Creía haber
comprendido lo que me pasaba, preguntando a mi padre me dijo “serán los nervios
previos al día de reyes”, se equivocaba. Llegó el día de reyes y con ello la
apertura de los regalos, lo cual no me produjo demasiada satisfacción en gran
parte debido a mi preocupación del momento.
Poco tiempo después sospeché una opción a pesar de que una
parte de mí no lo deseaba, no lo necesitaba; pero lo comprobé unos días
después.
Comenzó la vuelta de vacaciones y el reencuentro con los
compañeros escolares para compartir cada experiencia navideña y cada alegría
obtenida durante el transcurso navideño. Entré en mi clase y confirmé mi
sospecha, sentada en una de las mesas rodeada de amigas y con una gran sonrisa
estaba ella, la chica a la que cedí el asiento a principio del curso, y por la
que (al verla) sentí un escalofrío que me inundó el pecho y activó mis
neuronas. Mi corazón empezó a latir con velocidad y mis ojos sucumbieron a su
belleza haciendo posarse una imagen de la joven en mi mente, la cual por
primera vez en mi vida la veía como algo más que una amiga. Entre tanto ella se
giró a mirar quien había llegado y acto seguido me saludó haciéndome la típica
pregunta de ese momento: “¿qué tal las vacaciones?”; a lo que yo reaccioné con
una sonrisa, una absurda faceta (de la cara) y con la frase que, sin percibir
ni un toque de vergüenza, me aventuré a decir, “acabas de alegrármelas”. Ella
rió y dándome las gracias (cosa que no comprendí) se volvió a seguir charlando
con sus compañeras.
Pasaban los días y mis notas empezaban a empeorar, no podía
dejar de pensar en ella. Cada recreo en el colegio el único tema que salía de
mí estaba relacionado con la atracción que sentía hacia ella. Cada duda que me
preguntaba en clase, cada palabra que me contestaba en el “tuenti” era un
amable susurro para mis agradecidos oídos. Este momento de mi vida llegó a tal
punto que incluso a aquel que decía ser mi mejor amigo le parecía excesivo. Me
estaba empezando a enamorar por primera vez en mi vida a los 16 años de edad.
Pero la cosa no se quedaría aquí, para que llegase mi mayor
sufrimiento la profesora encargada de las diversas funciones escolares en
nuestra clase decidió que para mejorar mi rendimiento (el cual había caído en
picado) debía estar sentado junto a alguien muy atento. Y sí, la más atenta de
la clase era de la que yo estaba enamorado. Por si se me ha pasado decirlo su
nombre era Lucía. Siguiendo con la historia. Cogió sus libros, estuche y demás
material necesario para realizar trabajos y se sentó a mi lado, me quedé
esperando a que dijera algo, pero se
entretuvo escuchando las explicaciones de la profesora y solo me habló
para despedirse al finalizar las clases.
No tardé mucho tiempo en descubrir que aquel joven fuerte que
se hacía llamar “el cohete” (no lo llegué a entender) era su novio, y ante lo
que creía iba a ser mi destrucción moral, fue un repentino impulso a expresarle
mis sentimientos a Lucía, primero mediante un poema que paradójicamente creyó
ser de su novio, y después en persona.
A pesar de su amabilidad para asegurarme que tendría novia
muy pronto debido a mi hermosa personalidad, no pude evitar transformar mi amor
en odio y borrarme su imagen de mi cabeza. Los próximos días, más bien semanas,
no la dirigí la palabra hasta incluso enfadarme conmigo mismo, y a pesar de los
intentos de Lucía por hacerme hablar diciendo que era normal mi estado, pero
que eso no resolvería nada. Tenía razón.
Pasaron dos meses y el papel cambió un poco, empecé a
hablarla y decirla mis opiniones acerca de cualquier tema interesante, pero
cada día ella parecía estar más seria. Y yo empezaba a agobiarme por no
encontrar la forma de hacerla reir. Se acercaba el día de mi cumpleaños,
casualmente el día de fin de curso, y a pesar de haber conseguido el aprobado
total notablemente, no podía olvidar el estado de ánimo de mi compañera. Decidí
averiguar que le ocurría y, preguntando a sus amigas, comprendí que se debía a
la ruptura con su novio debido a un intercambio de opiniones sobre los defectos
de uno y otro que acabó con una bofetada por parte de Lucía y una despedida por parte “del otro”.
Los últimos días de curso me dedique a consolarla
refiriéndome a su exnovio como un cretino que había desperdiciado la mejor
forma de ser feliz. A lo que ella objetaba que los chicos siempre decían eso
para conseguir pareja y que no funcionaba con ella, la expliqué que la
consideraba una gran amiga, de la que no pensaba aprovecharme en ese momento de
flaqueza y que podía contar conmigo para lo que fuera. Agradecida decidió
quedar con sus amigas para compartir esos momentos.
Llegó el día de final de curso y con ello el término de las
clases. Busqué a mi gran amigo Jorge con el que había planeado ir al cine a
celebrar mi cumpleaños, en vez de eso me encontré con Lucía. Se la veía muy
alegre, se acercó a mí y me agradeció una vez más el trato que la había dado a
modo de consuelo, la dije que era lo mínimo que podía hacer por una amiga.
En ese momento dijo “realmente eres la mejor persona que
jamás he conocido, no sé como agradecértelo”, luego me susurró al oído “no
quiero dejarte escapar” lo cual activo de nuevo mis neuronas provocando una
sensación tan agradable como la vez en que sentía gran amor por ella y, en ese
momento me besó. No fue un beso en la mejilla, ni en la frente; juntó sus
labios a los míos y no dudó a hacer que durase... provocó una gran sensación en
todo mi cuerpo con la que disfrute y le agradecí devolviéndola el beso. Era el
momento más feliz de mi vida. Entonces se me ocurrió, al acabar el beso,
pedirla ser algo más que amigos, la pedí salir como novios. Sin dudarlo y
encantada accedió. Fue mi primer besó y el sentimiento que me produjo me
pareció lo suficientemente fuerte como para dar el paso.
La di la entrada que había conseguido para mi amigo, ya que
descubrí que tenía buenos planes, y se la entregué a Lucía. Ambos nos cogimos
de la mano y nos subimos al autobús de camino al lugar escogido.
¿Que qué ocurrió luego?; tan solo diré que fue un verano
inolvidable…